lunes, 19 de octubre de 2009

Cuando entré en la sala la vi sentada en el suelo, justo enfrente de la chimenea. Estaba mirando fijamente al fuego que ardía avivado por unos papeles, ya cenizas, que había arrojado momentos antes. Me senté en el sillón de terciopelo púrpura adornado con motivos dorados y negros, y tomé entre mis manos el libro apoyado en el reposa brazos. No era un libro demasiado grueso. Estaba abierto por la mitad, y en ese punto se podía ver lo que quedaba de unas hojas arrancadas.
La miré dubitativo y ella, sin apartar los ojos del fuego, me dijo:
- Estoy harta de leer cosas incomprensibles.
Viendo que yo callaba, continuó:
- Cuando alguien quiere comunicar algo, debería hacerlo de forma sencilla, para que esté al alcance de la comprensión de los demás. ¿De qué le sirve a un erudito comunicar lo que sabe si lo hace de una forma que solo lo pueden entender otros expertos de la materia? ?No es eso un despropósito? Solo enseñan a otros que ya saben y no piensan en aquellos que arden en deseos de aprender.
Entonces se levanto y se dirigió a donde yo estaba, me cogió la mano y me dijo:
- Cuando seas un erudito, prométeme que me enseñarás a entender.
Y dicho esto cogió lo que quedaba del libro, lo arrojó al fuego, y salió de la habitación.

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